Anselmo
Nunca lo preocupó demasiado nada, ni lo mucho ni lo poco, lo anterior o el futuro, nada lo impacientaba de manera exagerada, tanto por las cosas que mucho le gustaban ni -aún menos aquello que le pasaba al costado, ese fue más bien un rasgo de su mejor versión, esa cosa que sus amigos permitian y sus parejas desestimaron y querían (sin éxito siempre) modificar. Pero asi todo, no sería nunca esta característica, algo que lo definiría primero. Ni tampoco cualquier desprevenido que poco lo conociera sería lo que apunta en primer lugar a la hora de definir sus virtudes. Siempre se mostraba simpático y bien lúcido, nada hacía pensar que detrás de ese aspecto de hombre cuidado y ciertamente coqueto, hubiera una especie de señor Buda de las amplias Pampas Argentinas. Por facilidad o por costumbre aprendió a tocar la guitarra desde pequeño, no aprendió por nada en especial, no fuera entre sus deseos el de transformarse en trovador, ni menos lograr algo con sus formas de guitarrero. Pero cierto era, que a la hora de tocar, bien lejos estaba de hacerlo mal, un talento poco atendido hacia que en sus manos ese armazón de seis cuerdas fuera, mucho mejor que en otros. Por otra parte poseía una estupenda voz, sin los caudales que la radio pedía en esos tiempos, pero con una afinación que bien podría hacer ruborizar a más de un mozalbete que se la diera de profesional. Tampoco (y aquí quizás la mejor de las combinaciones posibles) era de esos que en pos de una vergüenza escalonada hubiera de esconder su talento, nada más lejos de eso, se comportaba como todo un desmedido anfitrión a la hora de sentarse y entonar alguna que otra zamba, chacarera o bien algunas canciones románticas. Lo raro en esto, no era la calidad innegable que nadie dejaba de resaltar en los fines de año cuando despuntaba la guitarreada y él convidaba al auditorio presente una nutrida ración de buenas músicas, sino la misma música. Nadie estaba al tanto nunca de donde sacaba las más ocurrentes canciones, con las mejores de las rimas y en todos los casos unas muy floridas melodías, pero tampoco a la obligación de decir sólo la verdad, nunca se vio el olvido al abandonarse el auditorio entero, a las interpretaciones atendiendo esas músicas que se entendían tan conocidas y familiares, aunque nadie nunca juraba haberlas escuchado. Cosas de pueblos chicos. Nada parecía salir de ahí, además la oportunidad en las que este arte salía de su guitarra y de su voz, sólo eran poco más de un par: año nuevo, a veces en alguna navidad y las festividades de cumpleaños que involucraron a alguno de sus más queridos camaradas. Aquí sucede lo que sucede. En el onomástico de uno de sus compadres, el ritual ocurrió tal como siempre, lo que varió en esta ocasión no fue otra cosa que la presencia de uno de los integrantes de la selecta concurrencia, un sobrino muy menor y muy avispado también, del cumpleañero, callado y con la doble virtud de la observación. Dicen que este mozalbete estudiaba música con un gran maestro en la ciudad cabecera del partido, pero solo son rumores del pueblo. Lo bien cierto es que este muchacho se pasó la noche entera con una particular atención al cantor en sus cantares, como cancelando en su cabeza cada una de las glosan que el intérprete desprevenido dilapidaba sin saber (y sin que mucho le importe quizás). Al cabo de algún impasse, en el cual el solista aclaraba la garganta con un producto de la vid. este muchacho se arrimo y le infringió la pregunta acerca de la autoría de esas músicas. El cantor haciendo lo de siempre, dijo un solo “por ahí las aprendí” una luz chirriante pasó entre los casi cerrados ojos del joven, como quien sabe que encuentra de mera casualidad un tesoro incalculable, se retiró y continuo sin pestañear siquiera en su exhaustiva contemplación. Y así… amanecido el día, todos fueron a sus casas sin mucho más, del joven nada se supo por el pueblo, Si, al tiempo nomás, sonaron en la radio unas canciones que todos en el caserío conocían de alguna parte, eran un gran éxito según dijo la misma radio. Anselmo por alguna razón inexplicable no volvió a tocar la guitarra.
El libro…
Episodios Musicales: duetos de Guillermo X. Sesma. Este libro, prologado por Alfredo Rosso y bellamente editado por Daniel Wolkowicz, como dice su autor, no es un libro sino “una fiesta”.
La obra combina la multiplicidad de voces, la interdisciplinariedad y la transgeneracionalidad. El ideólogo y padre del proyecto es el artista plástico Guillermo X. Sesma, quien inventó una serie de personajes y les dio vida en papel. Parece que los personajes quieren existir en imágenes y en palabras, por eso Guillermo, convocó a múltiples artistas: escritores, periodistas, músicos, docentes, etc. a participar de la fiesta de Episodios Musicales.
¿Cuál es el hilo conductor de la obra? El amor por la música; todos los personajes ejecutan algún instrumento y los/las autores tocan los textos con una coloratura sumamente personal y creativa. El equipo convocado es vasto y luminoso; nombrar a algunos y omitir a otros, sería no entender que en esta orquesta lo importante es la canción final.