Oración desde el remanso

En unos cuantos años, cuando el tiempo curador infalible de todas las obras actúe, gozará del favor de ser anónimo. Saben los que de música popular hablan, de canciones que se cantan entre muchos, que prescindir de los derechos de autor y pasar a ser dominio de todos, es un privilegio discreto para pocos. Antes que el anonimato lo fagocite y cantemos sus versos enteros sin omisiones y con añadidos, sería prudente nombrarlo un poco más. Se trata de Jorge Fandermole, quien seguramente, tal como vaticinan muchos, tendrá el cumplido máximo de transformarse en nadie. Su obra, como su propiedad, tal vez no guardará importancia alguna, tal como lo aseguró Manolo Juárez prologando un disco del Kuchi Leguizamón certificando que las músicas del pianista de salta no le pertenecían, sino que ya formaban parte del cancionero latinoamericano. Las canciones maravillosas de Fandermole serán, si es que ya no lo son, propiedad del inmenso pueblo cantor que las entona de mil formas y maneras. ¿Cómo se consigue? Imposible saberlo, esa receta si es tal, solo está en posesión este hombre nacido en 1956 en Pueblo Andino, una localidad enclavada en el litoral de este país, tan rico en la relación con el río, temática frecuentada en toda su obra.

Todos hemos conocido a Fandermole, luego de haber escuchado sus versos en dicciones de otros artistas, de haberlos cantado sin saber más o de tocado ignorando su mentor, gloriosa manera de ser antecedido de semejante manera por su obra. Esta cualidad, que permite hacernos perder la necesidad de saber quien fue el responsable de hacer tal maraña de versos buenos, tiene además un mérito único en esa horrenda búsqueda del público que viven muchos, en pos de encontrar eso que logran las canciones de Fander: ser todo lo populares que se necesite siendo joyas literarias y musicales. Un mérito esperanzador ante tanta liviandad que pretende muchas veces lograr llenar las arcas con ventas de discos o entradas a conciertos.

Supo formar parte de la “Trova Rosarina” esa que fue comandada por Carlos Baglieto en los años ochenta, quien presentó al gran público a muchas de sus canciones, luego entre sus lanceros de lujo, el repertorio de Fandermole ha contado con un séquito de interpretes que aun en su genialidad no dieron en sobrepasar la pureza de los versos. Mercedes Sosa, Liliana Herrero, Silvina Garré, Silvia Iriondo, Juan Quintero, Luna Monti, Suna Rocha, Guadalupe Farias Gomez son algunos de los muchos jinetes que impulsan con su voz, versos montados al lomo de unas melodías tan definibles como personales. A esta hueste de magníficos decidores se le suman los miles de desconocidos, que detrás de cada guitarra en la viva voz de muchos entonan las estrofas llenas de río, amor y afirmaciones de tierras incendiadas, dónde solo queda cantar como última medida. Ser un anónimo será quizás el premio mayor a la vida otorgada a su música. Transcribo un de sus versos, que no firmaré, vaticinando que pronto serán poesías que todos conoceremos y nadie recordará quien las escribió.

Una y otra vez cruzábamos el alma en las esquinas.
Yo iba tras tus pies, sediento y agotado por la prisa.
Y en una calle, al sur de los secretos, un panal
nos vuelve a ver brillar como un lejano día.
Amor, te dije, volarás
alto y lejos desde donde no se gira
por no ver que lo que hay atrás
es arquitectura desvanecida.
Y algo de la luz de aquellos años
viene a redimirnos con sabor
de sangre de los ángeles que fuimos
cuando aún no podíamos morir.

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