Astor Piazzolla: La música al límite

Un cuatro de julio de 1992, casualmente un día como hoy, fallecía a los 71 años Astor Pantaleón Piazzolla, músico indefinible que define una de las partes más recientes  de la historia del tango. Bandoneonísta de variopinta vida y osado lápiz, supo imponerle todos los visos de modernidad a un género, que esperaría a su muerte para admitirle ese hálito de viento fresco, temerario y audaz, soplo sobre el cual, nuestro tango y su “música de buenos Aires” daría en sus manos otra vuelta más al mundo. Prolífico y permisivo con su arte, dejó a su música libre de la más hermosa manera y sabiendo que una vez en vuelo alcanzaría cualquier capricho estético. Todos estos antojos estéticos fueron entrelazados con la fuerza desgarradora de sus punzantes frases y sus encantadoras síncopas.

Los grandes transgresores tienen una mágica aptitud para contraer lazos de sangre con las historias que intentarán cambiar luego, Astor no fue la excepción: a los 14 años viviendo en Nueva York con sus padres, conoce a Carlos Gardel, quien al haber culminado con el rodaje de la película “El día que me quieras” (en la que Astor participa como actor infantil) ofrece un asado para los Argentinos y Uruguayos que vivían allí, debido al mal estado del piano del lugar, debió acompañar al zorzal sin más que su fuelle, en un repertorio que recorría las canciones del filme, esa fue según él su primera incursión dentro del tango. Más tarde en 1937, radicado en Argentina, integra la orquesta de Anibal Troilo “el bandoneón mayor de buenos aires” con quien graba mucho después en 1945 un dúo de bandoneónes, regenerando quizás la primera experiencia tanguera de Astor, graban “Volver” de Gardel y Le Pera.

Sus amistades, al igual que sus acérrimos enemigos, midieron el talante y la valía de sus pensamientos, fue respetado por músicos de la más íntima tradición tanguera como Osvaldo Pugliese y jazzistas como Gerry Mulligan, en firme contacto con las ideas de su tiempo entablo estrechas relaciones con Ernesto Sábato y Jorge Luís Borges. Grabó decenas de intempestivos discos, de una asombrosa variedad artística, pero trasvasados todos ellos por una línea purificadora total, que no cesaba nunca de madurar un lenguaje cuyo único pecado pudo ser cerrarse sobre si mismo.

Todo lo que se diga de Astor es poco, aunque seguramente ni siquiera la magnificación de su mito, podrá estar a la altura de tanta verdad en su música. Si el tango argentino desapareciera, la música de Astor Piazzolla sería un género propio, con sus reglas, mitos y tabúes. Podríamos asegurar que más que revolucionar, reinventó el estilo, con un punto de vista privilegiado y notable. Llevando a esa “música de Buenos Aires” como él la solía llamar, a ser una manifestación tan cosmopolita como lo puede ser una razón humana.

Un cuatro de julio de 1992, casualmente un día como hoy, fallecía a los 71 años Astor Pantaleón Piazzolla, la indolencia propia de una década plástica le impuso esa póstuma descortesía, sumiendo su deceso en una apatía que nada que ver tenía con sus humores. Pero tanta música sigue aún despertando sus más grandes carcajadas, sigue estimulando admiraciones, alegrías, controversias y lágrimas.

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