No es justo!

Quien agota la totalidad de un recurso y no deja nada para los demás, suele ser llamado “egoísta”, “déspota”, “nocivo”, en el más delicado de los casos “ruin”. Si alguien se queda para sí todo el espectro de producción de una disciplina, podemos culparlo de “monopolizar” tal actividad. Si alguien apareciera primero y último en la misma encuesta, lo tildaríamos de “corrupto”, “desquiciado” o “idiota”. A quien vive luego de extinto lo aclamamos “inmortal”. Y quien resulta más conocido que Cristo lo tildamos de blasfemo. Y si ese mismo colindara la perfección y refinamiento más agraciado en una actividad cualquiera, no dudaríamos tampoco en asegurar su acomodamiento con Satanás.

Todos estos seudónimos son perfectos para definir a los “Beatles” este grupo de cuatro ha revolucionado las matemáticas, las expectativas de vida, la teología y las esperanzas de los que como yo gritan a viva voz su indignación. Esta caterva de rufianes alentados por una década en la que aparentemente el caudal creativo fluía con mayor potencia que cuarenta años más tarde, se han dado el grandísimo lujo de agotar, más allá de lo que la modestia y la camaradería para con los demás músicos dicta, todas las posibilidades de simpleza musical y profundidad creativa disponibles. Estos cuatro geniecillos de Liverpool tomaron una centena de las mejores melodías que Euterpe tenía guardadas en su arcón personal y las dosificaron además, en el colmo del tupé, en una docena de discos grabados, cantados y tocados perfectamente. Con sus melodías indestructibles, que resisten imitaciones paupérrimas, caricaturescas, melosas y sus líneas de bajo que viajan por las frecuencias que oscilan menos,  las que por más que lo desee el arreglador de turno no puede torcer ni una nota sin cometer un crimen, una traición a si mismo, sus costumbres, su educación musical y hasta su buen gusto. Han agotado así un género que desde ellos se repite con un mareo desquiciado. Su presunta inmortalidad está latente en cada rincón del mundo dónde escuchamos sus discos y pensamos anticuados a los modernos de hoy.

La simpleza de sus líneas melódicas sorprende en la belleza que traen consigo, así como resulta gracioso por lo menos, saber que son votados recíprocamente como los autores de la canción más bella (“Yesterday” -1965) y la más espantosa (“Ob-La-Di, Ob-La-Da” -1968) por miles de oyentes. Y lograron también la herejía de convidar su obra a que fuera la meca de la cultura musical occidental, todos así al menos una vez deberemos escucharlos con atención y esmero, cual mandamiento divino, otra conversión más en pos de comprender como funciona esa estructura ya aparentemente caduca llamada “canción”. Todos los que estamos haciendo música a diario, sórdidamente en un recóndito retiro en nuestras habitaciones, agradecemos a Yoko Ono sembrar, tal como aseguran los biógrafos, la discordia entre ellos para que dividieran sus fuerzas y dejaran de producir. Realmente dudo que existan doce o quince canciones más, tan bellas, perfectas radiantes y lumínicas en el mundo para inundar otro disco de los “Beatles”.

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